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Escrito por MP. Alicia Ayora Talavera
Febrero 2020
Es una reflexión producto de una entrevista a 5 mujeres víctimas de violencia. Las entrevistas fueron omitidas por seguridad.
México.
Julio de 1859. El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente la fuerza y el
valor, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección, tratándola
siempre como la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad
y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, especialmente cuando este
débil se entrega a él y cuando por la sociedad se le ha confiado. La mujer
cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la
perspicacia y la ternura: debe dar y dará al marido obediencia, agrado,
asistencia, consuelo y consejo tratándolo siempre con veneración que se debe a
la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere
exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo, propia de su carácter.
Epístola de Melchor Ocampo integrada al artículo 15 de la Ley del matrimonio
civil.
Yucatán.
Diciembre de 2019.
El mensaje
detrás del discurso que inspira la epístola de Melchor Ocampo se ha perdido en
el tiempo, pero está enraizado, plasmado en los valores sociales y las culturas,
incrustado en las consciencias, en la naturalidad de lo que para unos y otros
es normal, determinando el ser, el estar y hacer de los individuos marcados por
sus roles de género. Ocampo sólo se encargó de plasmarlo en papel. No importa
que se repita o no la inicua epístola en las ceremonias civiles, no importa si se
trata de uniones legales o religiosas o algún tipo de compromiso; no importa si
se es esposa, hija, hermana, madre; lo que demanda el cumplimiento de obediencia
de la mujer hacia el hombre, lo que marca la supuesta inferioridad de lo
femenino sobre lo masculino, la desigualdad del poder en las relaciones, es un
entendimiento introyectado, naturalizado, que se perpetúa en la educación, en
la cultura. La profundidad de sus raíces afianza ideas traducidas a supuestos derechos,
obligaciones y valores, que ponen en desventaja en cuanto a voluntad y libertad
se refiere, a todo lo que representa lo femenino, en este caso a las mujeres.
Vivimos en la continua
transformación de significados, por lo tanto, de valores. El camino es hacia la
desalienación, desmarginalización, hacia la reivindicación de la mujer cuyas
cualidades asignadas a su género, significadas como características que la
dignifican, han hecho todo lo contrario. No puede considerarse digno algo que despoja
a un individuo de sus deseos e intereses, algo que somete, oprime, desvaloriza,
invisibiliza, que arrebata libertad, voluntad y poder. Así mismo, no hay
reivindicación sino se da a la par la desalienación de los valores que
superponen lo masculino sobre lo femenino. La tarea no es fácil, implica
adentrarse en las consciencias a las que solo podemos acceder a través del
discurso, porque somos construidos en el lenguaje, a través de éste significamos,
explicamos la percepción del mundo que nos rodea, definimos quien somos a
partir de los otros; a través del lenguaje construimos conocimiento, cultura.
También somos seres emocionales, y
nuestras conductas están precedidas por éstas, ligadas a un sistema de
creencias con algún grado de consciencia, con el que siempre estamos tratando
de justificar nuestra emocionalidad. La consciencia es resultado de un proceso
cotidiano, sutil, simbólico, que se va dando en la experiencia; es el lugar en
el que aterrizamos la explicación de lo que consideramos como cierto, con el
cúmulo de información que se va adquiriendo en el camino de la vida. Es la
conclusión reflexionada o no, la explicación amplia o limitada que justifica el
pensamiento individual o colectivo, más no siempre la conducta. Los cambios de consciencia
radicales no existen, son paulatinos, aquello que se ha logrado en pro de
nuestra emancipación, no ha sido precisamente por un cambio drástico. A pesar
de estar fuera de la consciencia y agrado de unos, se han reconocido y hecho
valer derechos de los que hoy las nuevas generaciones disfrutan y viven dentro
de la normalidad.
Mi tarea ha sido adentrarme un poco
en cómo las mujeres hemos ampliado la consciencia sobre nosotras mismas y
nuestra condición impuesta, comprendido la razón de nuestras incomodidades, el porqué
de nuestro miedo a decir no, las implicaciones de rechazar el rol adjudicado al
género que hemos jugado como un designio que nos ha puesto en absoluta
desventaja. Parte de la naturaleza humana es la libertad y la búsqueda de
bienestar, la opresión en sus múltiples representaciones atenta contra ello, obliga
al oprimido a cuestionar su estado. Sin embargo, responderse el ¿por qué?,
no es tarea fácil, llevamos impregnada en la piel la cultura del miedo a
levantar la voz; a cuestionar, a dudar, a exigir y, sobre todo a infringir las
normas morales que cuestionan nuestra reputación de individuos decentes,
dóciles, bondadosos, abnegados, compasivos, respetables.
El espacio público es el lugar donde
el mensaje reafirma estereotipos, nuestro alrededor está impregnado de símbolos
que validan lo que queremos quitarnos de encima, mujer-belleza, mujer-delicadeza,
mujer-ama de casa, mujer-hogareña, mujer-madre, mujer-objeto. Sin embargo, el
espacio público también es el lugar donde se gestan cambios, donde los
intereses comunes ponen en entre dicho los intereses en la esfera privada, cuna
de la violencia que se acrecienta a medida que las mujeres se van reconociendo
como individuos con igualdad de derechos. Cuando la información manifiesta por
las voces levantadas conecta con nuestra experiencia, un destello de consciencia
sobreviene; así sabemos que existen otras opciones de vida.
A pesar de que todas y cada una de
las violencias que vivimos tienen un hilo en común –el dominio– son
particularmente diferentes, están atravesadas por múltiples construcciones que
contribuyen a la jerarquización del poder, ampliando la brecha de
discriminación y desigualdad.
Generar consciencia es a largo
plazo, implica respuestas explícitas a los porqués y paraqués. No basta haber
salido de una situación de violencia si no hay consciencia, porque ésta se
sigue perpetuando. Hacer consciencia tampoco garantiza salir de ésta, la
mayoría de las veces el costo es alto, el desamparo económico y todo lo que
implica parece ser una circunstancia con alto peso, el desamparo judicial
también. La posición de desventaja está en todos los ámbitos, comenzando por el
legal.
Dar
voz a quien no la tiene, hacer sonar, saber, conocer de viva voz la experiencia
del dolor ajeno, es desde mi experiencia como terapeuta, la manera más directa
de tocar y conectarse con la emocionalidad y consciencia individual y
colectiva. Parte del gigantesco dilema de violencia es precisamente la
imposibilidad de hablar, el tener que ocultar aquello que los demás no desean
ver ni escuchar por miedo a reconocerse responsables. Mi intención es tocar y
conectar las consciencias, hacer saber con cinco voces, que aquello que le
hacen a una, nos lo hacen a todas.
¿Será más fácil hacer consciencia sobre
la causa de nuestro sufrimiento cuando se vive en la opresión y sumisión, que
hacer consciencia cuando se vive en el privilegio?
Solo se puede reconocer como
necesario y propio aquello que se conoce. Antes, el sufrimiento se asume como
destino. El privilegio es invisible hasta que es arrancado.
La batalla campal en la que estamos
sumergidos no sólo es cuestionar la existencia de la opresión y violencia sobre
las mujeres, sino el tener que asumir la responsabilidad individual en ellas.
Actuamos más por conveniencia, que no
es precisamente lo que creemos, sino que se asienta en lo que suponemos que da
seguridad y certeza, porque los valores no siempre son aplicables. Vivimos en
dilemas éticos de los que no estamos conscientes, dilemas vistos no desde el
punto de la naturaleza ser humano, sino de su ser mujer y de su ser hombre.
Lo común en todas estas historias no
es la violencia, es el miedo, la imposibilidad de hablar, encontrarse sola,
callar por vergüenza; vivir con la duda de no saber si es amor, enfermedad u
otra cosa desconocida; vivir con la duda de si amar a alguien que te lastima es
correcto. La búsqueda del bienestar está ligada a nuestra naturaleza, biología,
emocionalidad; dirige todas y cada una de nuestras acciones, a veces
arrastrándonos a circunstancias extremas. Ésta es la complejidad de las
situaciones de violencia, esa lucha constante entre la emoción humana y la
razón que imposibilita o dificulta, encontrar una salida.