jueves, 17 de noviembre de 2016

DOMESTICADOR DOMESTICADO

                                                                                                             

                                                                                                               La luz es la pregunta;
                                                                                                            la posesión de la duda, 
                                                                                                                       no de la verdad.

Supongo que la humanidad ha estado desde siempre en peligro constante, no por nuestra vulnerabilidad frente a la naturaleza, si no frente a nosotros mismos. Una lucha constante para sobrevivir al autoexterminio disfrazado, el mal llamado o distorsionado ideal de progreso. Decir que no puede suceder algo peor es inocente, la vida es una pregunta constante porque es impredecible, los seres humanos también. Eso no ha bastado para tener cautela, podremos ser cualquier cosa, desde lo mas extraordinario hasta lo mas aberrante, sólo necesitamos estar en el momento y lugar adecuados. Un niño y Trump, por ejemplo. 

   No hay lugar más peligroso para estar que en nuestra cabeza, un hilo separa del sin sentido, del agujero negro de la vida. ¡Es tan corta la distancia que nos separa de las cosas!

   ¿Somos todos necesarios? El hecho de “estar” es la respuesta. No se trata de quienes estamos sino de cómo estamos. 

   Hasta el más falto de raciocinio indudablemente tiene un sentido del bien, nos lo da el instinto; bien es el mero hecho de no tener que recurrir al instinto de supervivencia para salvaguardarse del otro.  Sí, del otro. Juzgar los actos de la naturaleza, sería olvidar que muchas de sus trasformaciones son producto de las nuestras; la naturaleza no es justa, carece de voluntad, por lo tanto también de responsabilidad; ésta tan sólo sucede. Es.  

   Tanto la dignidad como la justicia son menester de los hombres. Sólo entre nosotros mismos podemos reconocernos dignos o hacernos sentir indignos, reconocer lo justo o ser injustos. ¿Pero qué es lo justo? Todo lo que nos hace dignos. ¿Qué es ser digno? El respeto al derecho inherente de libertad que nos permite desear ser y estar en la vida. Sólo se desea vivir en bienestar. Resulta injusto e indigno entonces que no a todos toque “ver la luz, tener la duda”. ¿Podemos hablar de justicia entre los individuos si no todos ven la luz? ¿Podemos hablar de responsabilidad si nacemos ciegos, en un estado de absoluta vulnerabilidad frente a la voluntad ajena?  

   ¿Cómo asumirse ciego, sordo, mediocre si entre ellos se ha crecido? ¿Acaso puede asumirse la responsabilidad de la ceguera, sordera o mediocridad si nunca se ha visto la luz, escuchado la propia voz, pensado por sí mismo?  

   Entonces ¿quién es el responsable de ayudar a ver la luz? Todo el que la ha visto. Quien vive en la pregunta, en la duda, quien no le teme a la respuesta. Quien no da nada por sentado, quien no impone, quien regala la posibilidad de dudar al otro, quien promueve la pregunta, quien ofrece su respuesta pues quien la impone (disfrazada o no) es porque carece de preguntas, un domesticador domesticado. 

Ver la luz no es de privilegiados, es de los afortunados. Todos merecemos el beneficio de la pregunta. 


Escrito por Alicia Ayora Talavera